lunes, 12 de abril de 2010

Sobre la ficción y bajo la realidad

De una manera general y sin ninguna matización, estoy de acuerdo. La verdad ficcional no es verificable, mientras que la verdad real es. Sin embargo en mi adolescencia, al igual que en la de muchas otras personas, esta segunda verdad puede ser la menos verídica de las dos, por múltiples razones. Un adolescente desconoce cuál es su realidad, incluso duda si algún día encontrará alguna. Para un adolescente, la verdad está aún por construir, y a no ser que lo haga como quien compra una casa prefabricada, levantar sus muros puede costar años. Para alcanzar la conciencia del ser y corroborar nuestra presencia en el mundo, la verdad real nos resulta en ocasiones insondable, y el juego que ésta establece con la ficción puede ser puede ser imprescindible.

Así es como me ayudó aquel mensaje de voz. Descolgué el teléfono fijo, me pegué el auricular a la oreja y marqué el número de casa. Me llamé desde casa y a mi casa. Me llamé a mi mismo. Y como no es posible que el teléfono suene porque está descolgado y lo tengo pegado a mi oreja, saltó el contestador automáticamente. Telefónica así lo quiso. Cuando escuché el bip empecé a hablar. No sé bien qué dije, pero lo importante es que iba dirigido a mí mismo. El mensaje quedó guardado. Después colgué y volví a descolgar para escucharlo. Lo hice atentamente, y mi voz no sonaba como yo suelo escucharla. Esa voz real, la que la gente escucha los días en los que tengo algo que decir, llegaba a mis oídos como si fuese una entidad ficcional. Si este suceso del mensaje de voz está tatuado en mi memoria es por el alivio que experimenté. Fue un bálsamo para mi yo adolescente, que no encontraba en su vida el sentido que a ésta se le presupone.

Lo que me calmó fue lo algo tan simple que asusta comprenderlo. La voz que hablaba en el mensaje no era imaginaria. Era real, aunque en diferido, emitida unos minutos antes. Quien lo escuchaba también era real. Era yo unos minutos más viejo. Ahora, después de pensarlo mucho, entiendo que me consideré personaje de ficción por partida doble. Y es que, al grabar el mensaje, mi yo real, el del aquí y el ahora (o el del allí y el entonces), estaba hablándole a un yo futuro, el que me escucharía, aquel que aún no existía: le hablaba a un yo ficcional que no podía ser verificable. Además, cuando lo escuché unos minutos después, estaba siendo mi yo real el que escuchaba a un yo pretérito, el que ya no existía: también le hablaba a un yo ficcional, un yo que puede ser narrado, reproducido, pero que nunca volvería a existir.

Con esto, encontré en la ficción algo que la realidad misma no estaba dispuesta a brindarme, ni a mí ni a nadie. Fui consciente de que existía y que estaba vivo. Alcancé la conciencia del ser creyéndome un personaje de una historia autoficcional. Dentro todo queda en suspense, porque ni si quiera yo podría haber estado seguro al grabar el mensaje que unos minutos después estaría vivo para poder escucharlo. El camino se hace al andar, como dijo Machado, y atrás quedarán páginas, leídas, subrayadas, manchadas, con anotaciones en los márgenes. Quedarán mensajes de voz. Eso formará parte de nuestro recuerdo, de la ficción que un día sucedió. Y nosotros continuaremos, y seremos hasta que dejemos de serlo, y entonces otros podrán hablar con propiedad de nuestra realidad, de nuestra verdad. Y nos fingirán, porque ya no seremos reales, porque ya no seremos verdaderos. Seremos personajes de ficción, eco de una existencia que expiró, personajes de una narración que tampoco pueden ser verificables.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

fascinante la experiencia de convertir un acto simple cómo este en una historia con reflexiones de identidad.

enhorabuena a tu yo pretérito, que fue, y al que ahora eres.

Anónimo dijo...

:)
Grande, Delfín.

L