martes, 27 de abril de 2010

(fragmento de "Andrea de nadie")

"[...]El primer chorro de agua estaba congelado. Salió de la alcachofa disparado, y apunté a una de las esquinas de la bañera. El desagüe se demoró en cumplir su función, y mis pies quedaron sumergidos en agua fría. Cientos de conexiones nerviosas se revolvían en la planta de los pies y los dedos, y pronto se esparcieron por todo el cuerpo. El primer brote templado comenzó a calentar el agua que me cubría hasta el tobillo. Apunté entonces a las pantorrillas, hasta que salió a una temperatura que me permitía destensar los músculos.
Fijé la alcachofa a la pared, a la altura de mi cabeza. El agua ya calentaba todo mi cuerpo. Me coloqué frente a la pared. El sudor, los microbios, la caspa, las motas de polvo y la pelusa del ombligo iban desfilando cuerpo abajo, y desaparecieron educadamente más allá del desagüe, por turnos. El vapor lo cubría todo. Sellé mis oídos con ambas manos, y me coloqué justo donde el chorro azotaba en mi cabeza. Cuando haces esto, escuchas desde dentro de ti cómo esa agua cae a unos centímetros de tu cabeza, y ese sonido no entra por tus oídos. Fue parecido a lo que viví ayer por la mañana, cuando escuchaba los goterones de lluvia golpeando contra la ventana. Esto de la ducha fue una versión aún más íntima que aquello de la lluvia contra la ventana. En ambas, la lluvia quedaba fuera y yo a salvo. Cerré los ojos. Me pregunté si aquella agua que me duchaba también procedía del Atlántico[...]"

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