sábado, 3 de julio de 2010

Greguerías

- Las jirafas son caballos moteados con gachetocuello.

- El enanismo surgió al intentar reducir el tamaño del ser humano en photoshop sin presionar la tecla "shift".

- En el embozo de la cama es donde se debe indicar el remitente.

- No estoy llorando, estoy achicando agua porque estoy encharcado por dentro.

- En la Real Academia, el sillón Q mira al sillón U preguntándose porqué no los habrán colocado juntos.

jueves, 20 de mayo de 2010

(fragmento de "Andrea de nadie")

Recuerdo que la dureza con la que el tío Lucas se refirió al hecho de jugar con muñecas me enfureció, y antes de que la última sacudida de mi madre me metiera en el coche, dije algo así como: “Muñeca Lucas, ¡ése es mi tío y ésta es mi hijo!”, cuando lo que en realidad quise decir era: “Tío Lucas, ése es mi hijo, y ésta es mi muñeca! En realidad, poco importó en aquel momento. El orden de los factores no reduce la rabia. Entré en el coche y mi madre arrancó.

lunes, 10 de mayo de 2010

Tanto si miento, tanto por ciento

Una broma está compuesta por un 50% de mentira y un 50% de verdad.

Una mentira está compuesta por un 50% de broma y un 50% de verdad.

Una verdad está compuesta por un 50% de mentira y un 50% de broma.

lunes, 3 de mayo de 2010

Como un barco que niega el timón y la vela. Así es la novela

martes, 27 de abril de 2010

(fragmento de "Andrea de nadie")

"[...]El primer chorro de agua estaba congelado. Salió de la alcachofa disparado, y apunté a una de las esquinas de la bañera. El desagüe se demoró en cumplir su función, y mis pies quedaron sumergidos en agua fría. Cientos de conexiones nerviosas se revolvían en la planta de los pies y los dedos, y pronto se esparcieron por todo el cuerpo. El primer brote templado comenzó a calentar el agua que me cubría hasta el tobillo. Apunté entonces a las pantorrillas, hasta que salió a una temperatura que me permitía destensar los músculos.
Fijé la alcachofa a la pared, a la altura de mi cabeza. El agua ya calentaba todo mi cuerpo. Me coloqué frente a la pared. El sudor, los microbios, la caspa, las motas de polvo y la pelusa del ombligo iban desfilando cuerpo abajo, y desaparecieron educadamente más allá del desagüe, por turnos. El vapor lo cubría todo. Sellé mis oídos con ambas manos, y me coloqué justo donde el chorro azotaba en mi cabeza. Cuando haces esto, escuchas desde dentro de ti cómo esa agua cae a unos centímetros de tu cabeza, y ese sonido no entra por tus oídos. Fue parecido a lo que viví ayer por la mañana, cuando escuchaba los goterones de lluvia golpeando contra la ventana. Esto de la ducha fue una versión aún más íntima que aquello de la lluvia contra la ventana. En ambas, la lluvia quedaba fuera y yo a salvo. Cerré los ojos. Me pregunté si aquella agua que me duchaba también procedía del Atlántico[...]"

lunes, 12 de abril de 2010

Justifica tus medios improvisando un fin a la medida.

Sobre la ficción y bajo la realidad

De una manera general y sin ninguna matización, estoy de acuerdo. La verdad ficcional no es verificable, mientras que la verdad real es. Sin embargo en mi adolescencia, al igual que en la de muchas otras personas, esta segunda verdad puede ser la menos verídica de las dos, por múltiples razones. Un adolescente desconoce cuál es su realidad, incluso duda si algún día encontrará alguna. Para un adolescente, la verdad está aún por construir, y a no ser que lo haga como quien compra una casa prefabricada, levantar sus muros puede costar años. Para alcanzar la conciencia del ser y corroborar nuestra presencia en el mundo, la verdad real nos resulta en ocasiones insondable, y el juego que ésta establece con la ficción puede ser puede ser imprescindible.

Así es como me ayudó aquel mensaje de voz. Descolgué el teléfono fijo, me pegué el auricular a la oreja y marqué el número de casa. Me llamé desde casa y a mi casa. Me llamé a mi mismo. Y como no es posible que el teléfono suene porque está descolgado y lo tengo pegado a mi oreja, saltó el contestador automáticamente. Telefónica así lo quiso. Cuando escuché el bip empecé a hablar. No sé bien qué dije, pero lo importante es que iba dirigido a mí mismo. El mensaje quedó guardado. Después colgué y volví a descolgar para escucharlo. Lo hice atentamente, y mi voz no sonaba como yo suelo escucharla. Esa voz real, la que la gente escucha los días en los que tengo algo que decir, llegaba a mis oídos como si fuese una entidad ficcional. Si este suceso del mensaje de voz está tatuado en mi memoria es por el alivio que experimenté. Fue un bálsamo para mi yo adolescente, que no encontraba en su vida el sentido que a ésta se le presupone.

Lo que me calmó fue lo algo tan simple que asusta comprenderlo. La voz que hablaba en el mensaje no era imaginaria. Era real, aunque en diferido, emitida unos minutos antes. Quien lo escuchaba también era real. Era yo unos minutos más viejo. Ahora, después de pensarlo mucho, entiendo que me consideré personaje de ficción por partida doble. Y es que, al grabar el mensaje, mi yo real, el del aquí y el ahora (o el del allí y el entonces), estaba hablándole a un yo futuro, el que me escucharía, aquel que aún no existía: le hablaba a un yo ficcional que no podía ser verificable. Además, cuando lo escuché unos minutos después, estaba siendo mi yo real el que escuchaba a un yo pretérito, el que ya no existía: también le hablaba a un yo ficcional, un yo que puede ser narrado, reproducido, pero que nunca volvería a existir.

Con esto, encontré en la ficción algo que la realidad misma no estaba dispuesta a brindarme, ni a mí ni a nadie. Fui consciente de que existía y que estaba vivo. Alcancé la conciencia del ser creyéndome un personaje de una historia autoficcional. Dentro todo queda en suspense, porque ni si quiera yo podría haber estado seguro al grabar el mensaje que unos minutos después estaría vivo para poder escucharlo. El camino se hace al andar, como dijo Machado, y atrás quedarán páginas, leídas, subrayadas, manchadas, con anotaciones en los márgenes. Quedarán mensajes de voz. Eso formará parte de nuestro recuerdo, de la ficción que un día sucedió. Y nosotros continuaremos, y seremos hasta que dejemos de serlo, y entonces otros podrán hablar con propiedad de nuestra realidad, de nuestra verdad. Y nos fingirán, porque ya no seremos reales, porque ya no seremos verdaderos. Seremos personajes de ficción, eco de una existencia que expiró, personajes de una narración que tampoco pueden ser verificables.

viernes, 19 de febrero de 2010

Miedos y mitos

Por cuestiones de género que desconocía y que aún le tienen intrigado, David nunca consiguió masturbarse sin la ayuda de material audiovisual. No era capaz de mantener su mente en blanco sin que la erección se le desinflase en la mano. Por eso acostumbraba a hacerlo pensando en las chicas de su clase. Si había escuchado su voz, le resultaba mucho más sencillo excitarse. Si habían entablado alguna conversación directa, cara a cara, le era inevitable hacerlo. Después de archivar todo el material audiovisual en su menuda cabeza, se encargaba de recrear los escenarios en su mente, y las voces (de ahí la importancia de haberlas escuchado hablar, porque la verosimilitud contribuye para que sea más excitante). Les atribuía actitudes que, sin duda, sus compañeras de doce años aún no habían desarrollado. Aún así, imaginárselas de esa guisa no era del todo descabellado. Le era inevitable, y desconocía David si lo era para todo el mundo. Tampoco quería pensarlo demasiado. Masturbarse era algo suyo, y de nadie más. No estaba obligado a rendir cuentas ante nadie, y las imágenes mentales de sus compañeras quedaban libres de derechos. Su cabeza era su escondite y, siempre que no fuese verbalizado, lo que allí ocurriese quedaba al margen de la leyes de la moral.

Se extrañó cuando Jorge, su compañero de clase, le pasó un cd a escondidas durante el recreo. “David, cópiatelo en tu ordenador y tráemelo mañana. No se lo digas a nadie, ¿entendido?”. Con este cd, Jorge le agradecía a David el haberle regalado el cromo que le faltaba en su colección, ayudándolo a ser el primer niño del pueblo en completar el álbum. Cuando David llegó a casa, comió lo más rápido que pudo, sin masticar. Su madre se extrañó. A David nunca le gustaron las lentejas, y aún menos si tiene que comerlas un viernes. Se encerró en su cuarto, musitando aún en un rincón de su boca la última cucharada de lentejas. Encendió el ordenador. Eran archivos avi. Tardó poco en saber de qué iban los vídeos, eligiendo uno y saltando azarosamente adelante y atrás con el cursor. Creó una carpeta, y la llamó con un nombre disuasorio: “apuntes“. Allí escondió el contenido del cd.

A David le costaba dejar para otro momento las cosas que le apetecían. Por eso no desperdiciaba ninguna de sus erecciones repentinas. En sus cascos, los gemidos de la chica del vídeo se escuchaban acompasados con los bramidos del chico. No pudo asimilar las imágenes que aparecían en la pantalla de su ordenador, inconcebibles para su mirada pueril. Sin embargo, se masturbó. Pronto sintió en sus mejillas un picor cálido. Olía al cloro de las piscinas. Cuando volvió a abrir los ojos, se asustó al ver que su uretra había escupido un líquido transparente ( la casualidad quiso que su primera eyaculación coincidiese en el tiempo y el espacio con su descubrimiento del cine porno ). Sin embargo, aquella noche no pensó en su semen. No pensó en los inconvenientes de tener que masturbarse, de ahí en adelante, sosteniendo un trozo de papel higiénico con su mano izquierda. Tampoco pensó en lo curioso de que su eyaculación fuese coetánea al visionado de cine porno. Lo que ocupó su cabeza aquella noche, tendido en la cama, con la luz apagada y los ojos bien abiertos, era aquella polla. Fue tal el impacto que produjo en David que, pensando en el tamaño de aquello, tenía la sensación de que la imagen no cabría en su pequeña cabeza. No podía conciliar el sueño. A cada momento corroboraba, subiendo con una mano el edredón y con la otra el pantalón del pijama, que en efecto su pene era, en comparación con la polla de aquel actor, un pene.rar.

“Jorge, ¿has visto la polla del tipo con bigote que aparece en el vídeo? ¡Tío, es tres veces la mía!”
“David, ¿cómo has podido fijarte en eso con las tetas que tiene la rubia? ¿no serás gay, no?

David no tardó en borrar todos los vídeos de su ordenador. Antes se había dado una segunda oportunidad. Se había masturbado de nuevo, esta vez con otro de los vídeos. Sin embargo, cuando el picor había sonrojado sus mejillas, de nuevo se atormentó. La polla del segundo actor no sólo era de dimensiones bíblicas, sino que además era ultravenosa, y el glande brillaba como un faro a pie de playa. No dejó ni rastro de los vídeos. Volvió a las andadas. Las pajas a la vieja usanza, que tantos placeres le habían proporcionado, no sólo no tenía efectos secundarios, sino que le ofrecía la oportunidad de practicar el onanismo portátil, sin depender de archivos avi, ni TPEG. La imaginación transportaba a David a paraísos construidos a medida desde cualquier lugar. Una ficción infinitamente más verosímil que la que ofrecía el porno.

Pasó el tiempo hasta sus catorce años. Aquel fue un verano, como siempre, más caluroso que todos los anteriores. En casa de sus abuelos las chicharras cantaban a coro, y sin desafinar una nota. Las ondas de la superficie de la piscina hacían que su figura temblase bajo el agua. Estaba sólo en la piscina, disfrutando del tacto suave y quieto de su piel sumergida. A los pocos minutos, el líquido ya blanquecino flotaba en el agua. Los olores a cloro se fusionaron. David ya conocía la contingencia de correrse, pero aún había cosas que se le escapaban. Creía que sus espermatozoides vivían eternamente, cuando lo que en realidad ocurre es que los empermatozoides se inmolan en su desdicha de no encontrar la mucosa del cuello del útero (la inmolación de los millones de los espermatozoides que viven en el semen de una sola eyaculación genera tanto almidón como el que hay en una botella de 5 litros de cloro para piscinas). David pensó que su esperma encontraría en las aguas de aquella piscina un lugar donde vivir a sus anchas. Por eso, cuando su tía María apareció con el bikini puesto, se aterrorizó. Ella bajó las escalerillas muy despacio, replegando sus hombros hacia el cuello, sin disimular que el agua estaba demasiado fría para su gusto. David la contemplaba impávido. Ni rastro del semen flotante. “Mierda, ya se ha desperdigado. Está por todos lados”, pensó.

Aquella misma noche David le confesó al tío Lucas que era muy probable que la tía María estuviese embarazada, y que él era el padre de la criatura. El tío Lucas contuvo la carcajada, y le pidió que le explicase en qué circunstancias había dejado embarazada a la tía María. Por ello, tuvo que explicar también el porqué de haberse masturbado en la piscina. David tiró del hilo en la conversación y, sin saber muy bien porqué, el motivo de las pajas portátiles lo llevó a definir su animadversión a masturbarse con películas porno. Uno nunca olvida ningún trauma, o al menos nadie lo consigue hacer del todo.

“Entiendo, David. Es normal que te preocupe. Yo también he pensado mucho en eso del tamaño. Es algo que a todos nos ha preocupado, en mayor o menor medida. Pero, ¿sabes cuándo dejé de preocuparme? Cuando un amigo, al que también le inquietaba el tamaño, me confesó la gran verdad: no es que los actores porno tengan unas pollas descomunales, sino que son las actrices las que tienen las manos muy pequeñas.”