Siento anticipar el final. Murió. Disparó el revólver contra el cielo de su boca. Antes de apretar el gatillo, robó el revólver a su padre. Una hora antes aprovechó que su padre había salido de casa temprano para buscar el arma por todos sus cajones. El fin de semana antes de morir había tomado la decisión de suicidarse. Durante la semana anterior a ese fin de semana había buscado cuál era la forma menos dolorosa de quitarse la vida. Un mes antes, el Doctor Fargas le comunicó que le quedaban tan sólo unas semanas de vida, y justo un minuto antes le dijo que habían estado analizando las radiografías y habían detectado un tumor alojado en su laringe en estado avanzado. Ese mismo día su padre llegó a casa con el revólver guardado en una bolsa de deporte, sin decir nada, pero olvidando la factura encima de la mesa del salón.
No mucho tiempo antes un resfriado mal curado había sido lo más grave que le había ocurrido al protagonista. Solo hacía unos años desde que presumió ante sus amigos de tener una salud de hierro. Ya en el instituto, en las excursiones al bosque, siempre había sido quien más alto subía al árbol, quien caminaba por el terreno más escarpado sin caer, el primero que se lanzaba al lago. En el colegio todos lo querían para su equipo de fútbol, y todas lo buscaban cuando había que sentarse por parejas en clase. En la guardería tenía el pelo rubio amarillento, y convencía con su carisma a sus compañeros a abrir el corral de las gallinas y dejarlas que se escapasen. En el carrito de bebé recibía piropos de todo el pueblo. Todos apretaban sus cachetes, todos le decían en un tono ridículo lo guapo que era. Tumbado en su cuna era observado mientras dormía, y le acariciaban su pelo rubio incipiente. Todas las enfermeras querían tenerlo en brazos el día que nació en el Hospital Octubre. Toda la familia acariciaba la barriga de su madre mientras él pataleaba en su interior con fuerza.
El espermatozoide más rápido llegó al óvulo. Aunque ese día, en el que tanto su padre como su madre estaban de acuerdo en tener un hijo, él aún no existía. La semana anterior tampoco, cuando el padre insistía en que era lo mejor para los dos, que todo iría mejor. Ni si quiera antes de eso, cuando la madre se negaba en rotundo. Él estaba muerto bastante antes de nacer.
lunes, 20 de abril de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
De cabo a rabo, una imprevisible genialidad simétrica. Bravo.
Impresionante
Publicar un comentario